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Mexico
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Testimonio # 1: “Regresamos vivos de Tamaulipas”

La mayoría de los secuestros de periodistas en México terminan en asesinato. Raymundo Pérez Arellano tuvo suerte–sobrevivió. Para PEN/Opp cuenta lo que pasó y por qué lo secuestraron.

Credits Texto: Raymundo Pérez Arellano 09 mars 2013

Yo puedo contarles sobre la censura y la intimidación hacia los periodistas en esta guerra absurda que se vive en el país. El 3 de marzo de 2010 fui secuestrado junto a un camarógrafo en Reynosa, Tamaulipas, por un grupo de la delincuencia. Estábamos cubriendo la guerra entre los Zetas y el Cártel del Golfo. Yo sentí el frío acero de una pistola en mi cabeza y escuché la sentencia de muerte: llévenselos y denles piso. Al final no nos mataron. Pero nos advirtieron: no queremos ver a los de la prensa aquí, porque ustedes publican y nos calientan la plaza.

Soy una víctima de esa guerra, un sobreviviente, y por eso puedo venir a contarles esto.

Tuve suerte, mucha suerte. Muchos que han vivido situaciones similares nunca regresaron. Los encontraron muertos en el mejor de los casos. A otros ni siquiera los han encontrado. Los días previos a mi secuestro desaparecieron cinco reporteros de medios locales en Reynosa. Sólo uno volvió. De los otros cuatro nada se sabe. Uno más murió en situaciones poco claras.

De 2010 a la fecha poco ha cambiado. Todavía existen zonas en el país donde los reporteros no podemos buscar historias, no podemos contar lo que pasa.

Durante febrero de 2010 había mucha inquietud por saber qué pasaba en Tamaulipas, sobre todo en Reynosa, una de las ciudades fronterizas con los Estados Unidos. A las redacciones de la Ciudad de México llegaba información fragmentada: balaceras, bloqueos viales, asesinatos y, en resumen, una ciudad enloquecida por la violencia. Pero los medios capitalinos no alcanzaban a comprender lo que ocurría en aquella zona de la frontera mexicana.

Reynosa, al igual que Matamoros y Nuevo Laredo, es el asiento histórico del Cártel del Golfo y de su grupo armado, los Zetas. Sin embargo, al iniciar 2010 las cosas cambiaron entre los antiguos socios. Donde antes hubo pactos y hermandad hoy sólo existe enfrentamiento, traición y muerte.

El Cartel del Golfo surgió del agrupamiento de varios traficantes tamaulipecos que durante la época de la prohibición exportaban licor a los Estados Unidos e importaban electrónicos a México. El negocio evolucionó después al tráfico de drogas y personas.

Los Zetas iniciaron como un grupo de ex militares de elite desertores del Ejército, que se convirtieron en sicarios de Osiel Cárdenas Guillén, jefe del cartel del Golfo. Luego, al extorsionar, secuestrar, cobrar derecho de piso y encargarse de giros ilegales como la prostitución o la piratería, pasaron de ser un ejército privado a convertirse en una nueva organización criminal.

Hoy las autoridades mexicanas reconocen a la organización de los Zetas como otro de los cárteles que operan en el país y el que mayor capacidad de fuego posee.

Llegué a Reynosa a finales de febrero de 2010 para documentar la guerra entre estos grupos.

Los enfrentamientos habían provocado suspensión de clases en la universidad de Tamaulipas. De día y de noche había enfrentamientos entre grupos armados, donde también intervenían el ejército y la marina.

El día del secuestro, el 3 de marzo de 2010, llegó un mensaje a mi correo electrónico. La fuente era de fiar, y me contaba que cuatro reporteros de Reynosa no aparecían. Entre los últimos días de febrero y los primeros de marzo de 2010 ocurrieron secuestros simultáneos de seis comunicadores en Reynosa. Un hecho inédito en el país. Uno de ellos había muerto en circunstancias extrañas en un hospital local.

Pedro Argüello y David Silva del periódico El Mañana; Amancio Cantú, de La Prensa de Reynosa, y Miguel Domínguez del periódico La Tarde eran los nombres que aparecían en aquel mensaje. Luego supe que Guillermo Martínez, director del portal Metro Noticias del Golfo, también estaba desaparecido.

José Rábago Valdez, reportero de Radio Rey, murió por un supuesto coma diabético en un hospital local. Una versión decía que la elevación en sus niveles de azúcar fue causada por los golpes recibidos durante su secuestro. A José lo encontraron tirado en la calle, con la cara hinchada por la golpiza. Los paramédicos de la Cruz Roja lo recogieron todavía con vida, pero no sobrevivió.

Apunté los nombres en mi libreta y salí a cubrir una balacera que reportaban los usuarios de Twitter. Ya en la calle vimos un convoy de 7 vehículos con hombres armados. En los vidrios de las camionetas habían rotulado las letras CDG (Cartel del Golfo).

Esperamos a que el tráfico, que se había paralizado al ver el convoy de sicarios, se normalizara. Dos cuadras más adelante doblamos a la derecha y los vimos otra vez. Los más de veinte tripulantes de las siete camionetas habían descendido en un parque público y se preparaban para combatir. Unos revisaban su armamento, otros se colocaban el chaleco antibalas y tres o cuatro vigilaban. Nos vieron y fueron por nosotros. Nos bajaron de nuestro automóvil, nos subieron a su camioneta y nos llevaron al parque público donde minutos ante habíamos visto a los sicarios preparar sus armas.

Hasta ahí llegó el jefe del convoy.

Sus golpes caían sobre mi cara una y otra vez, y con la misma fuerza lanzaba sus acusaciones: “Eres un pinche zeta, ¿verdad? Eres un puto soldado. Eres de la federal. Nos estás vigilando, por eso nos seguiste. Eres halcón [espía]. Dinos la verdad, es tu última oportunidad o te vamos a chingar aquí mismo”.

—Somos reporteros. Venimos de la Ciudad de México para hacer un reportaje sobre la cuenta de Twitter que creó el gobierno de Reynosa. Los teléfonos de la redacción están en mi identificación, hablen a México para que vean que les decimos la verdad—, alcancé a responder.

Pero la razón no logró imponerse a su lógica de guerra. Regresaron las cachetadas y los cachazos y, en su desesperación por no conseguir la respuesta que quería, vinieron los simulacros de ejecución.

Revisaron nuestras pertenencias, entre ellas mi libreta de reportero. Ahí había escrito los nombres de los colegas tamaulipecos desaparecidos. El jefe de sicarios reconoció los nombres y preguntó de donde habíamos obtenido esa información.

“¿Qué quieres saber sobre ellos, por qué los tienes anotados en tu libreta?”, dijo, y dirigiéndose a sus cómplices les soltó: “Éstos andan mal, muy mal”. Y tras pensarlo unos segundos agregó: “Llévenselos y denles piso, mátenlos”.

A Juan Carlos Martínez —camarógrafo— lo esposaron. Yo corrí con más suerte porque no encontraron el otro par de esposas. Nos cubrieron el rostro con capuchas negras, nos subieron a la Escalade y nos obligaron a bajar la cabeza. La camioneta avanzó mientras nuestros secuestradores nos apuntaban con una pistola a la nuca.

Nos llevaron a una casa de seguridad. Ahí continuaron los golpes y el interrogatorio: que quiénes éramos, que para quién trabajábamos, que si éramos zetas, que si éramos militares o policías.

Después de varios minutos, el jefe de sicarios se comunicó por teléfono y reportó que tenían a dos reporteros. Supongo que informaba a sus superiores.

“¿Cuánto dinero traían?”, preguntó el Jefe.

Juan Carlos dijo que unos cuatro mil pesos y yo que unos mil.

“Ahí están sus cosas, su dinero, sus carteras, todo. Nosotros no somos rateros”.

El jefe de los sicarios continuó con su discurso: “El pedo no es con ustedes, ahorita el pedo es con los Zetas. Pero ustedes vienen y dicen puras mamadas y calientan la plaza y llegan los militares…”

Fue tajante. “Los vamos a dejar ir, pero no los queremos volver a ver aquí”, dijo. “Si regresan los vamos a levantar y les vamos a dar piso. Y aquí no ha pasado nada. Si ustedes comienzan a decir mamadas en México, nosotros vamos a ir por ustedes. Tenemos gente que opera en el DF y van a ir a buscarlos”.

Hoy Reynosa vive una situación diferente. Aunque no desaparecieron, las balaceras entre cárteles son menos frecuentes. Los enfrentamientos entre Zetas y Cartel del Golfo se mudaron a otros estados: Veracruz, Nuevo León o Coahuila.. En cambio es más notoria la presencia de soldados y marinos que realizan operativos contra la delincuencia organizada.

Lo que no ha cambiado es el contenido en los medios de comunicación en Reynosa. Se informa de las fugas de agua, de los baches en las colonias incluso de la violencia en otros estados como Chihuahua o Guerrero, pero no se cuenta cómo, donde y cuando actúan en esa ciudad los grupos del crimen organizado.

De los cinco periodistas secuestrados en Reynosa el año pasado sólo David Silva regresó vivo. De Amancio Cantú, Pedro Argüello, Miguel Domínguez y Guillermo Martínez no se tiene información. Ni siquiera la PGR abrió indagatorias tras la desaparición de los periodistas. Tampoco se aclararon las circunstancias en que murió el reportero José Rábago Valdez.

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