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Dulces y amargos sueños

Teatro como herramienta de educación y construcción de la sociedad. Ese es el punto de partida que utiliza la dramaturga mexicana, Petrona de la Cruz Cruz, en su trabajo. Ella va de gira por México con sus obras de teatro dirigidas a los derechos de las mujeres y los indígenas, a la alfabetización y a la enseñanza de los idiomas minoritarios tzeltal y tsotsil. Aquí publicamos un monólogo suyo.

Credits Text: Petrona de la Cruz Cruz 12 december 2019

Monólogo

ACTO ÚNICO

ESCENARIO

Se encuentran colocadas tres sillas de madera firme, una silla grande en el centro que simboliza a la madre, una silla mediana que simbolizan a los hermanitos y una silla pequeña que simboliza a un bebé.

PERSONAJE

Mujer de zinacantan vestida de negro.

Entra con flores y juncia, mientras acomoda las flores, se escucha una canción ranchera.

¡Qué bonita canción! cómo me recuerda a mi pueblo (Pensativa). Me acuerdo que, como a las cuatro de la mañana, se alegraban las calles con la música de banda. Yo tenía nueve años, mi madre ponía copal para que la casa estuviera con mucho aroma, también ponía juncia para que la casa estuviera bien alegre. (Acción de oler).

En las cantinas colocaban el aparato de sonido en un palo bien alto, para que las canciones se escucharan en todo el pueblo. Durante esos días de fiesta, había mucha gente. Las mujeres y los hombres lucían sus trajes con muchos colores (Enseña su blusa emocionada). Las mujeres lucían sus trenzas con moños de listones de colores: naranja, rojo, rosado, morado, verde limón, celeste…

Me acuerdo que me pintaba la cara con papel crepé color rojo, para verme coloradita y los labios con chicle negrito. Así me arreglaba para irme a la fiesta con mis primas.

(Se dirige a las primas) ¡Primas, ya vámonos, ya estoy lista!

(Se agacha y hace la transición a prima burlona y creída, cambia la voz y la forma de caminar)

¡Ni creas que vas a ir con nosotras! ¡Si pareces una payasa!, mejor vete a juntar con los payasos del pueblo, ¡con nosotras no vas!

(Se agacha y cambiar a ella misma) ¡Yo, payasa!

(Se talla el rostro enojada y camina. Al público)

Cuidadito que mi papá me viera, porque me pegaba bien duro y me castigaba. Decía que no era edad para salir arreglada de esa manera, pero yo me sentía toda una mujer. A mis nueve años lavaba, planchaba, hacia tortillas, cargaba leña, cuidaba a mi mamá en sus partos y me levantaba a las tres de la mañana. Todo por ser la mayor (mientras dice el diálogo camina a la derecha. Al final de la salida se ríe).

(Como si fuera la mamá, se sienta en la silla y con voz dulce)

¡Hijita! (Como si la tomara de las manos y habla casi con miedo) te voy a dar permiso con una condición, que cuando regreses de la fiesta te pongas hacer las tortillas, para que tu papá no se valla a molestar

(Ve salir a la niña. Se levanta de la silla y voltea a la izquierda para transformarse en la niña que regresa feliz del baile)

¡Que bonita estuvo la fiesta! ¡Ah, y el muchacho con el que me tocó bailar, guapísimo!

(Llega a la casa y su alegría se transforma en flojera y enojo porque tiene que hacer las tortillas. Tiene mucho sueño y se queda dormida haciendo la tortilla, se despierta cuando se quema la mano y ve que también las tortillas se están

quemando. Apaga el fuego como puede y saca el comal. Enseguida sale a ponerse agua en la cara).

En esos días de fiesta, eran los únicos días que no iba al monte con mi abuela (Frente al público; barrer y luego se dirige al lado izquierdo, a la silla para sacudir) y para que no me regañaran me apuraba a tener limpia la casa. Me gustaba ver cómo descargaban los camiones, cómo bajaban la carga de los burritos y después los amarraban en las cercas.

(Frente al público, emocionada, se acerca a la silla, como si doblara la ropa)

Los de Acala y Chiapilla venían en camiones y los de San Lucas, en burritos, ellos eran los que vendían todo tipo de frutas en los días de la fiesta. Vendían cañas, chicozapote, tsuntsapo, limas, ¡ah, y también guineos! (Recuerda con emoción). Ah, los guineos morados eran mis favoritos, los comía con tortilla caliente (acción de comer y saborear el guineo, de pie y luego se sienta de nuevo). Mucha gente pedía posada en mi casa y como venían de muy lejos, ahí dormían y cocinaban durante los tres días. Recuerdo que hacían un caldo bien picoso, pero rico, y nosotros nos poníamos bien contentos, porque eran los únicos días que comíamos mucha fruta y buena comida; otros días solo comíamos tortillas con sal y verdura; y, eso, si había.

(Voltea la silla para hacer el metate) En mi casa no había licuadora ni molino, por eso cuando se cocinaba y se necesitaba moler algún condimento, se hacia con el metate, ¿Saben cual es el metate? (Mira al público) el metate es una piedra que también tiene un brazo de piedra, en donde las mujeres hacemos camote en los brazos por moler ahí casi todos los días.

Era pequeña y ya me ponían a moler en el metate, pero como no sabía, lo hacía así (Acción de moler. Luego mira a su madre que se acerca con una sonrisa y la sigue con la mirada; se acerca para tomarle sus manos con mucho amor y enseñarle a moler; con voz dulce) “¡Hijita, así no se muele; mira, se muele así,

así. Así, se molera mejor!” (Acción de cansancio) Quedaba cansada, pero estaba aprendiendo. De ella aprendí mucho, por eso sé que ahora ella está aquí, ella es mi ángel, siempre está conmigo, yo así lo siento. Cuando la sueño es como regresar a cuando era niña (Se sienta en la silla, de lado derecho) Recuerdo cuando me peinaba y me ponía moñitos color de rosa y me decía que mirara al cielo, porque así me podía trenzar mejor. Como en ese tiempo no usábamos crema, me ponía vaselina blanca en toda la cara.

(Se va atrás de la silla y dice como oliendo) Cuando sueño a mi madre y no hay veladora y la casa no esta como ella quiere, me dice (con la voz de la madre) “¡Aquí falta algo, no hay aroma, no hay perfume, no hay colores y falta Luz!” (Cambia a su voz). Entonces ya sé que quiere que ponga juncia, copal y flores. Si no le pongo, a lo mejor se va a otra casa y a mí me gusta que me visite; cuando ella me visita, aprovecho para contarle mis problemas, mis tristezas.

Desahogo mis penas y le cuento mis alegrías.

(Enciende las veladoras y se pone la blusa de su abuela).

Entre mis recuerdos también esta mi abuela. Era fuerte como un roble y con un par de ovarios bien puestos. Era una mujer de carácter, de mucha fortaleza y mandato. De ella aprendí mucho; me acuerdo como despertaba a mis tías.

(Se transforma en la abuela, se pone el chal de Zinacantan),

“¡Likanik xa ch’aj tsebetik, ali ti ve’lile mu xu xtal ta vinajel, toyol xa k’ak’al!”

“¡Levántese, haraganas, que no del cielo va a caer la comida, ya es tarde!”

(Se acuesta en la silla simulando la cama y desde ahí dice el diálogo). Como era de madrugada, mis tías no se querían levantar, entonces les quitaba la cobija para que se levantaran y como hacía mucho frio, estaban todas encogidas con sus naguas hasta arriba, sus nalgas parecían esos ratones tiernos, todas

pelonas (Asustada se convierte en una de las tías) “¡Ya vamos mamá, no te enojes, ya nos levantamos!”.

(Al público con su voz) Se amarraban sus naguas como podían y se iban corriendo pa la cocina.

(Con el chal puesto toma el papel de la abuela, quien enojada grita)

“¡Tseb sujaba ta yuch’el a kajve, yu’un ta xtoy xa ti k’ak’ale!”

“¡Niña apúrate a tomar tu café, que ya es tarde!”

“¡Mu xa jaluk ta xlok’ ti k’ak’ale ta sjol vitse!”

“¡No tarda en salir el sol en el horizonte!”

(Asustada, como una niña, imagina de frente a su abuela, acción de tomar rápido su café) ¡Ya estoy lista abuelita!

(Con voz temblorosa) ¡Abuelita, abuelita espérame! no puedo caminar, están sangrando mucho mis pies; ay, abuelita, también mis manos no tienen fuerza y también ya quieren sangrar, ¡espérame, abuelita, hace mucho frío! (Cojea mientras camina, a punto de llorar; como si llegaran al monte, acción de cortar, como sus manos están entumidas, se da en el pie). ¡Ay, abuelita! Me corté mi pie, está sangrando mucho, ¡ay, mira la sangre abuelita!

(Tapa su pie desesperadamente, se transforma en la abuela y con voz firme)

“¡Anchan! Ma’uk xchi’uk syalel a sat ta xpaj ti ch’ich’ele, ¡chotlan!”

“¡Cállate!, que no con tus lágrimas va a parar la sangre, ¡siéntate!”

(La abuela toma un puño de tierra y se lo pone a la herida para tapar la sangre, corta una hoja de roble, cura la herida repetidas veces y le amarra el pie)

“¡Mu xa xa’ok’! mu me xa bal ti yu’un iyayij ti sjol avakane muk’ xa bu cha kuch ech’elel ti asi’e, ¡sujaba ta stsobel ti asi’e!”

“¡Ya deja de chillar! y no pienses que porque te lastimaste tu pie no vas a llevar leña, ¡apúrate a juntar la leña!

(Acción de juntar y cargar la leña). Pero siento que no puedo caminar abuelita.

(Energica como si fuera la abuela)

“Sa’o junuk anab te’, k’un k’un xa bat k’u cha’al xa k’ot k’alal na, tey ta spoxtabot ti ame’e”

“Búscate un bastón y así poco a poco, hasta que llegues a la casa, ahí tu madre te lo curará”.

(Llega a la casa y con la voz de mamá, asustada de ver cómo llega su hija) “¡Hijita, pero que te paso! ¡Santo Dios!”

(Con la voz de la abuela) “Te xa poxtabe, ¡Li ok’obe! lek xa”. “Nada grave, ¡ahí le curas! mañana estará mejor”

(Le pone el chal a la silla para ser la niña y con voz de la madre). “¡Ya no llores, hijita!, te voy a curar tu pie con esta hierbita que se llama maravilla y después le vamos a poner mentolato, para que no se te infecte y te vas a la escuela aunque sea tarde, como siempre”.

(Al público con su propia voz). Casi nunca podía llegar temprano, porque mi abuela cada día iba más lejos por la leña. En mi inocencia pensé que el maestro, al verme con el pie lastimado, no me iba a castigar como siempre lo hacía, hincándome sobre las corcholatas y con las manos en la pared. (Se transforma en el maestro y de perfil pone las manos en la mesa imaginaria y actúa como si le picaran la mano). “No saques la mano, que te lo mereces porque no entiendes

que no debes llegar tarde”. (Con voz de niña, sollozando). ¡Por favor, maestr

que no debes llegar tarde”. (Con voz de niña, sollozando). ¡Por favor, maestro, no me pique tan fuerte, me duele, me duele!

(Al público) Y no sólo eso era el castigo, también me dejaba sin recreo, pero no era la única que castigaban. Las otras niñas que estaban conmigo, llevaban tortillas con sal en medio de sus libros y huevos duros, aunque *hueros, y apestaban mucho. (Se transforma en el maestro y huele por ambos lados antes de hablar). “¡Estas pedorras, cochinas, se están cagando, si serán puercas! Xun, abre la puerta porque aquí parece cañón sin salida”.

(Al público, con su voz). Con maltratos e insultos terminaban las clases. Si no era temporada de lluvia, volvía ir al monte por más leña, pero no con mi abuela, si no con mi hermñano mayor. Si era temporada de pera cortábamos para tapar el hambre mientras regresábamos. Mi hermano era bien listo y mañoso. (Viendo hacia arriba, como cortando la pera, se convierte en hermano). “¡Eh, ya te vi el culo!”. (Se tapa rápido con su vestido en medio de las piernas, enojada) Ya no te voy a cortar tu pera, sube tú si quieres, ya me voy a bajar, hazte a un lado.

(Parada al pie del árbol) Tantos recuerdos en este árbol de pera, fue el que cargo los ombligos de mis cinco hermanos, incluyendo el mío. Creo que el mío fue el que subieron más alto porque no le tengo miedo a las alturas. Este árbol de pera nos dio peras y cargó nuestros columpios. El árbol de pera fue testigo de cómo mi hermano me enseñó a jugar canicas, a matar pajaritos con su resortera y también su abuso. Cuando tuve uso de razón, me di cuenta que no era un juego, si no que me violaba. Por eso, un día me fui de mi casa, me fui al albergue, ahí también se levantaban temprano, sólo que ahí ya no cuidaba a mis hermanitos, no lavaba, no planchaba, no hacia tortillas y, más que nada, mi hermano ya no abusaba de mí.

*Hueros: Son los huevos que fueron empollados por la gallina pero no eclosionaron.

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